Entorno turístico de Olite
Fotos: Olite.com.es
OLITE EN YOUTUBE OLITE EN TWITER
COFRADIA

La Cofradía del Vino de Navarra entrega los premios del Certamen literario

Los ganadores han sido Anisley Miraz Lladosa y Antonio Martinez Gonzalez



2020-02-27
La escritora cubana Anisley Miraz Lladosa (Cienfuegos 1981 - Trinidad, Sancti Spíritus) ha obtenido el premio de narrativa con Vana, y José Antonio Martínez González (Férez, Albacete, 1960) se ha alzado con el mismo galardón en la modalidad de poesía con el poema Requiem por mi abuelo Manuel.
El domingo, 1 de marzo, a las 13:00 horas, ha tenido lugar la entrega de premios del XVI Certamen literario “De la Viña y el Vino” que organiza la Cofradía del Vino de Navarra en colaboración con el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Navarra, el Ayuntamiento de Olite y el Consorcio de Desarrollo de la Zona Media. Este certamen busca impulsar la producción literaria navarra incidiendo en las buenas relaciones que la misma tiene con el mundo del vino. Con esta iniciativa se persigue, en última instancia, la difusión del vino de Navarra y su consumo moderado, finalidad que enlaza con los objetivos de esta institución.
La Sala del Rey del Palacio Real de Olite ha sido el lugar que ha acojido, como es tradición, esta entrega de premios en la que además de contar con la presencia del premiado en poesía, José Antonio Martínez, ha tenido un guiño cubano en honor a la premiada en narrativa, Anisley Miraz Lladosa, con la actuación del bailarín cubano, Domingo Rojas acompañado por la soprano Arantza Irañeta. Tras el acto de entrega de premios se ha servido un vino de Navarra en honor a los premiados en la sede de la Cofradía en Olite.

En la presente edición la participación ha sido elevada, 77 en la modalidad de narrativa y 99 en poesía, el jurado ha reconocido el alto nivel de las obras presentadas. Ha estado formado por Javier Corcín, María Dolores Eraso, Pedro Izuriaga, José Ortega, Alfonso Pascal, Tomás Yerro (presidente) y María Amatriain (secretaria).
El Premio de Narrativa “Olite, Ciudad del Vino” – Ayuntamiento de Olite” con una cuantía 1.200 Euros y un lote de vino ha sido a la escritora cubana, Anisley Miraz Lladosa (Cienfuegos 1981 - Trinidad, Sancti Spíritus) por la obra Vana. En Vana la interlocución de una pareja de desconocidos revela sus respectivos gustos: la afición de la joven Cecilia por los vinos, vinculados a determinados amoríos y obras literarias, y las cintas funerarias con sus mensajes escritos, que atraen a Nathaniel. El relato se erige en un canto a la calidad del vino, cifrada, entre otros aspectos, en la calidad de los corchos de las botellas, hecho que provoca el distanciamiento de los jóvenes. El texto, escrito con gran pulcritud, posee en el desarrollo del diálogo y en el desenlace los elementos de mayor tensión y eficacia literaria. El Premio de Poesía “Vino Navarra”
– Consejo de la Denominación de Origen Navarra
con una cuantía de 1.200 Euros y un lote de vino fue para el escritor albaceteño José Antonio Martínez González (Férez, Albacete, 1960) por el poema Requiem por mi abuelo Manuel. El poema constituye el retrato de un hombre veterano, vitalista y aficionado al vino, trazado por la mirada benevolente del nieto. El texto, de apariencia sencilla, está construido con el máximo rigor métrico a base de versos monorrimos de dieciséis sílabas, un derroche de cultura e imaginación en la elaboración de las abundantes imágenes y un tono humorístico. El texto, con ecos de la mejor poesía satírico-humorística de Quevedo, ofrece una caricatura muy atrayente y representa, por su singularidad, una novedad en la trayectoria de los originales premiados en la historia del certamen literario 'De la Viña y el Vino'.
Anisley Miraz Lladosa Además de poetisa, Anisley es artista de la plástica y narradora, graduada del XVI curso de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Es además graduada de Diseño Gráfico en la Academia de Artes Plásticas Oscar Fernández Morera, miembro de la Asociación de Hermanos Saíz, promotora cultural, cofundadora del Proyecto Artístico Ilustrativo A cielo limpio. Colaboradora del proyecto Mi calle (Bulgaria). Tuvo a su cargo la antología de historias cubanas Tras las puertas. Entre otros premios, ha obtenido el Premio de la Asociación de Hermanos Saíz (2000), el Premio Fundación de la Ciudad Fernandina de Jagua (2003, poesía para niños) y el Premio Vitral 2003 y 2004 (Poesía). Tiene varios libros publicados, en verso y narrativa.
Antonio Martinez Gonzalez José Antonio reside en Los Dolores (Murcia), aunque es natural de Férez (Albacete). Es diplomado en Gestión y Administración Pública, y ocupa una plaza de funcionario en el Ayuntamiento de Cartagena. Asiduo colaborador en la prensa provincial de Albacete y Murcia, así como en diferentes revistas locales y provinciales, sus trabajos han sido premiados en certámenes literarios de Cartagena, San Joan Despí, Collado Villalba, Valencia, Motril, Valdesequillo de Gran Canaria, Albatera y, en 2019, obtuvo el premio del V concurso «El último templario» en Bembibre (León). PREMIO DE POESÍA

 

REQUIEM POR MI ABUELO MANUEL

                                                                               -Ventus tonsil-

El escritor albaceteño JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ GONZÁLEZ(Férez, Albacete, 1960) ha obtenido el premio de poesía en la XVI edición del Certamen Literario de la Viña y el Vino de Navarra 2020, organizado por la Cofradía del Vino de Navarra, con el poema Requiem por mi abuelo Manuel. 

El poema constituye el retrato de un hombre veterano, vitalista y aficionado al vino, trazado por la mirada benevolente del nieto. El texto, de apariencia sencilla, está construido con el máximo rigor métrico a base de versos monorrimos de dieciséis sílabas, un derroche de cultura e imaginación en la elaboración de las abundantes imágenes y un tono humorístico. El texto, con ecos de la mejor poesía satírico-humorística de Quevedo, ofrece una caricatura muy atrayente y representa, por su singularidad, una novedad en la trayectoria de los originales premiados en la historia del certamen literario 'De la Viña y el Vino'.

 

REQUIEM POR MI ABUELO MANUEL

 

“Me basta/ con el vino dorado y viejo / una manta con olor a invierno /

diecisiete almendras nuevas / y tus manos…” 

El vino y la poesía. Beatriz Mazliah. 

 

¡Ay, Virgen santa; ay, Dios mío; San Fermín y San Andrés,

cómo le pegaba al vino, mi buen abuelo Manuel!

El jodido era una esponja damajuana, era un tonel,

le daba igual blanco o tinto, gran reserva o a granel,

que a ninguno le hacía ascos y sorbía por doquier

caldos de Rioja o Jumilla, de Navarra o El Penedés,

de La Ribera o La Mancha, de Somontano o Jerez,

fuera de uva Tempranillo, de Garnacha o Cabernet,

fuera de Airén uva blanca, o tinta de Monastrell,

mejor en buena compaña, con dominó o ajedrez,

a la sombra de la higuera, de la parra o de un almez,

con la piña de su peña, para almorzar y comer,

o solventando problemas en la tasca de Miguel.

 

Era mi abuelo una peonza, un portento aragonés,

era un Miura, un Victorino, era un humilde burgués,

era un vuelo de palomas, savia del Eclesiastés,

un dechado de elocuencia con carisma de Moisés.

era un sabio, un literato, un Espasa del saber

que en la escuela de la vida se impregnó de lucidez.

Jamás engulló pastillas, que el vino su néctar fue,

su quina y su medicina, su razón y su jaez

con el que anduvo caminos del alba al atardecer.

Con pan candeal y tomate, y un buen óleo de Jaén,

con jamón o un chuletón, o a palo seco, el lebrel,

aspiraba los aromas de etanol y la acidez,

cromatismos y “pehaches”, transparencia y limpidez,

sorbiendo los elixires con suprema exquisitez.

Beso a beso; trago a trago, con soberbia esplendidez

vendimió viñas y amores con esperanza y con fe,

en esplendorosas cepas que sembró con honradez,

sin falsos argumentarios, ni preguntas ni porqués.

sorbiendo versos cerezas de Rilke y de Baudelaire.

 

En los brindis reclamaba del público el interés

e insistía en que lo primero que llevó al arca Noé

fue un haz de agraces sarmientos para enraizarlos después,

y que no fue con manzanas lo que a Adán tentó el edén

sino racimos de granos de sublime redondez.

 

Mas llegó la soga al nudo, al haz le llegó su envés

y el viento inmisericorde del tiempo, implacable juez,

con su afilada guadaña le asestó su tajo cruel.

 

Vaya abuelo tu destino, en tu alma y en tu ser,

hermanado con el vino, filósofa liquidez,

que vendrán tintos mañanas en que yo te vuelva a ver.

Aquí te dejo en la tumba, luz que alumbró mi niñez,

esta ambrosía oliteja con cuerpo y exquisitez,

degústala con San Pedro y Jesús de Nazaret,

que los cielos que te esperan son ríos de vino y miel.

 

??Pseudónimo: Ventus tonsil


PREMIO DE NARRATIVA
 
VANA
??ANNA DE VIKEN
 
La escritora ANISLEY MIRAZ LLADOSA (Cienfuegos, 1981) ha obtenido el premio de narrativa en la XVI edición del Certamen Literario De la Viña y el Vino 2017, organizado por la Cofradía del Vino de Navarra, con el relato Vana.  
 
La interlocución de una pareja de desconocidos revela sus respectivos gustos: la afición de la joven Cecilia por los vinos, vinculados a determinados amoríos y obras literarias, y las cintas funerarias con sus mensajes escritos, que atraen a Nathaniel. El relato se erige en un canto a la calidad del vino, cifrada, entre otros aspectos, en la calidad de los corchos de las botellas, hecho que provoca el distanciamiento de los jóvenes. El texto, escrito con gran pulcritud, posee en el desarrollo del diálogo y en el desenlace los elementos de mayor tensión y eficacia literaria.
 
 
Vana
 
 
Tratando de deshacerse de la inercia provinciana en sus fugas al sur, se había creado una nueva rutina que a la larga la llevó a odiar también aquella otra ciudad. El malecón estrecho y aburrido, la estatua de Benny Moré en medio del Prado, y las andadas por un ineludible boulevard lleno de rostros, terminaron hastiándole. No obstante, de regreso a su vieja villa, con la seguridad de no volver, los amplios portalones legados por los franceses aún lograron provocarle una que otra nostalgia. 
Desde los altavoces Marco Antonio Solís exigía que para que esto se termine en santa paz, o me voy o te vas…
El paisaje lucía más agradable a través de la ventanilla. Mientras casas de arquitectura ecléctica y bares tramoyistas pasaban como ramalazos, ella se imaginaba andando sobre una superficie carente de ornamentos.
Un pasajero se sentó en el asiento de al lado. Cecilia lo miró de reojo y se acarició la pierna con el corcho que acababa de sacar de su bolso. Deseaba descansar y la simulada superficie la mantendría a salvo de cualquier tipo de intercambio. Su compañero comentó sobre la rotura del aire acondicionado, y ella fingió interés y asintió con desgana, hasta que volvió a presionar su sien contra la ventanilla; pero no logró cerrar los ojos. 
La extensión sobre la que minutos antes intentaba deambular, desapareció para convertirse en humeante asfalto. Comenzó a sentir que le ardían los pies. Tratando de borrar la desagradable sensación, volvió a manosear el corcho que llevaba entre las manos: un tapón de cava con forma de seta. Miró detenidamente la circunferencia grabada en el cuello del taco; indicaba vino espumoso tipo granvas. Lo alzó a la altura de su nariz, aún olía a Chardonnay. Nunca había visto las encinas de cuya corteza se fabrican esos pequeños cuerpos porosos e impermeables, pero sabía que los tapones estaban formados por células muertas dispuestas en estratos que contenían en su interior un gas similar al aire para darles esa ligereza exclusiva. Sabía realmente más acerca de ellos. Amaba su olor y solidez con la misma intensidad con que detestaba el vino de los almacenamientos por ser vendido en botellas de protección metálica o con vulgares tacos de plástico gris. 
El corcho aún olía a Chardonnay… Lo bebió junto a un habitante de su pasado, el hombre para el que se había embutido en traje blanco con cola de película dominguera y del que se había separado tres años después. Un encuentro en la ciudad que ahora abandonaba le dejó oraciones sueltas acerca del tiempo, los antiguos camaradas de su relación y la imposibilidad de verse nuevamente. El chofer quería desquiciar a sus tripulantes con aquella música patética: … Y basta ya / de tu inconsciencia y esa forma tan absurda / de ver a diario como echas a la basura / mi corazón, lo que te doy…
- ¿Has leído La letra escarlata? Es del mismo autor de El fauno de mármol: Nathaniel Hawthorne. – La excéntrica irrupción del extraño, sin más ni más, la devolvió al ómnibus… – Me llamo Nathaniel, y soy graduado de Historia del Arte. Supongo que te guste leer, tienes cara de muchacha inteligente… - Cecilia… como la Valdés, como la Roth… – murmuró ella sin entusiasmo, y pensó que el único referente de Nathaniel que conocía era el personaje de Ralph Fiennes en el Último de los mohicanos. Pensó hablar más, pero prefirió ponerse el tapón de corcho en la nariz, para aislarse definitivamente. 
El tal Nathaniel inclinó el cuerpo hacia el pasillo y se mantuvieron unos minutos en silencio, mientras ella absorbía con fuerza el corcho buscando el gusto seco de la vitis vinífera. Cuando la canción finalizó, rompió el hielo:
- ¿Sabes de vinos? - Sé que el término viene de la palabra vana, que significa amor. Conozco sobre los vinos alemanes gracias a la literatura. En El lobo estepario Herman Hess los pone por los cielos, Goethe en Fausto hace referencia a la Taberna de Leipzig… - ¡Sí sabes!...Yo he bebido muchas botellas…– dijo torciéndose un mechón de pelo. – Tengo afición por los tapones de corcho. Marco Antonio Solís ensayaba una nueva serie de lamentos y Nathaniel se volvió completamente hacia ella.
- Yo colecciono cintas fúnebres escritas con tipografía de imprenta vieja. Generalmente las dedicatorias son muy comunes: “A Pedro Ortega, de sus compañeros de la Cooperativa”… Algunas incluso parecen poéticas: “A mi hijo, en esta distancia física pero no espiritual, con la seguridad de reencontrarnos”. O: “A mi madre, por toda la vida que me dio”… La que más me ha conmovido dice: “Para mi abuelo, el corazón que no puede la palabra” Cecilia sonrió con tristeza.
- Esa no fue una corona como tal, solo cuatro rosas amarradas. Vi cuando la nieta lo puso sobre el ataúd… – él también sonrió y jugueteó con el zíper de su mochila.  - ¿Por qué cintas fúnebres? - Me recuerdan que la muerte no es tan fea.  - ¿Has visto morir a alguien?  - A muchos.  - Nadie ha muerto delante de mí – Cecilia bajó la voz. – Ni siquiera entro a las funerarias. Volteó su cara de nuevo, la conversación se había vuelto densa. Finalmente, calló Marco Antonio Solís, el ómnibus irrumpió en la terminal y los pasajeros bajaron a recoger sus equipajes. 
Mientras ella esperaba que abrieran las compuertas del maletero, Nathaniel le pidió el número de su celular que fue dictado por encima de la baraúnda, y ella lo vio alejarse, tecleando todavía.
Su desplazamiento no había cambiado las cosas; el pueblo seguía igual de viejo y sucio, la gente pidiendo migajas a los turistas, la casa familiar abarrotada... 
Lo primero que hizo fue poner el corcho dentro de una pecera redonda. En un trozo de papel blanco pegado con cinta adhesiva podía leerse: Amargos Especiales. Removió el recipiente para disfrutar del roce de los tapones. Ese sonido siempre la hacía recordar a los hombres que habían pasado por su vida. 
Cuando se hizo de noche fue al Bar Los Beatles, el mismo donde McCartney, Ringo, Harrison y Lennon, en sus poses teatrales, recibían a frikis periódicos y fortuitos turistas. Cecilia sabía que sobre todas las cosas era el mismo bar, así que volvió a reajustar las gafas metálicas de Jhon –nada parecidas a las que hicieron historia– y lamentó que la escultura de Paul no se pareciera tanto a Paul. 
Después fue a sentarse a su mesa preferida, en espera de “los cuatro jinetes”. Abstraída miró hacia la barra, sorteando melenas y t-shirts, y de pronto reconoció a su compañero de viaje. 
Con pasos rápidos caminó hacia allí.
- Eh… ¡la coleccionista de corchos! - Hola… ¿esperas a alguien? - A nadie en realidad... - Puedes sentarte conmigo, mis socios vendrán más tarde. En un santiamén estaban aparcados en la mesa. La banda disfrutaba de sus minutos de descanso y el técnico de audio puso música. Cecilia se esforzó en seguir la letra de Have a cigar. 
- ¿Te gusta Pink Floyd?  - Tanto como coleccionar corchos. - Cuéntame sobre tus botellas de vino – dijo Nathaniel registrándose los bolsillos.  En ese preciso momento se vieron rodeados por una rubia ojerosa estilo Meg Ryan arrastrando a su mulato melancólico. Una versión caribeña de Justin Timberlake y una gorda pintoresca que parecía sacada de “Cien años de soledad” se sumaron inmediatamente. Después de las presentaciones y el acomodo en los asientos libres, volvió a dirigirse a Nathaniel.
- Es una larga historia…, cada botella fue un hombre… – y observó como él abría mucho los ojos. - ¿Cobras una botella de vino? Curioso… Cecilia había estado desparramada sobre la mesa. Se recogió y contestó en susurros:
- No cobro nada… - Discúlpame… ¿Esa esTake it back? - … y tampoco voy por ahí bebiendo con cualquiera. ¡Es Take it back! - No tienes que justificarte conmigo… ¿Cuál fue el primero? Digo el primer tapón que guardaste. - Un bordelés, algo más ancho que el estándar; de dos piezas hechas a partir de la combinación de aglomerado y disco de corcho natural en cada extremo. - Extraña memoria… ¿Recuerdas a los hombres? - Los hombres son lobos, cazan y producen dolor. - ¡Qué rara eres! - También tú, coleccionista de cintas mortuorias. Los frikis volvieron a revolverse con las versiones de Deep Purple. Algunos miraban hacia su mesa, examinando al desconocido.
- Te lo dije, el dolor escrito en esas cintas me hace repensar la muerte... ¿A quién esperas encontrar en esa multitud que da saltos frente a la tarima? - Mi penúltima botella de vino está en esa multitud. - ¿Un corcho célebre? - Solo el tapón de alcornoque de un Legítimo blanco. - ¿Y antes de esa botella? La rubia ojiclara interrumpió la conversación, apuntó al escenario y Cecilia soltó una carcajada. Durante varios segundos atendió a los músicos y después habló nuevamente con Nathaniel:
- Antes de esa, una de Bonarda. Y previamente me tomé un Torrentésblanco. - ¿Escribes las fechas en tus corchos? - Y los nombres también. - ¿De los vinos? De pronto se puso tan seria que el mulato encogido los miró con curiosidad.
- Estoy seguro que cualquiera de ellos intentó volver a buscarte. - A ustedes solo les interesa estar llenos. - No todos somos iguales; yo me dedico a visitar cementerios y funerarias.  La entrevista comenzaba a abrumarla. Él se dio cuenta y cambió el enfoque.
- En mi graduación tomé Sangre de Toro con una marsellesa. Pero hostia tía, ¡no hay viñedos como los de la madre Patria! – dijo él imitando el acento. - Mis preferidos siguen siendo los vinos chilenos. Tengo corchos de Frontera, Villa Maipo y Undurraga. - Tu muestrario es de alto rango… - Es como un signo... ¡Vuelvo ahora! – se levantó rápidamente y se alejó hacia los baños, acompañada de “Meg Ryan”.  En la mesa “Justin Timberlake” compartió su trago, el mulato lánguido bostezó varias veces y la gorda habló más que una cotorra. Los rockeros comenzaban a exaltarse otra vez. El círculo del slam se amplió y tocó la mesa que parecía una isla. Una isla en la que solo un náufrago se impacientaba. Y los baños estaban en la rivera opuesta, del otro lado del océano, casi en otra dimensión.
Al cabo de unos minutos que parecieron siglos, Cecilia volvió por el naúfrago-coleccionista-de-cintas-mortuorias.
Nathaniel suspiró con alivio y vio como ella se despedía de sus amigos.
- Mañana van a enterrar a un médico… – comentó él súbitamente.  - Entonces recogerás muchas cintas – ella se sentó de nuevo. - Supongo. La excitada pantomima de los frikis llegó a su clímax y un adolescente salió disparado de cabeza. Al chocar con la mesa, la botella vacía de “J.T.” se estrelló en una docena de fragmentos.
- Mejor nos vamos, ¡te acompaño! – él se levantó resuelto, halándola del brazo y ella dejó que su cuerpo obedeciera. La noche pasó aprisa, el primer viento otoñal sopló antes de tiempo. Caminar por la ciudad –sin palabras– demoró un poco más y, casi amaneciendo, Cecilia se sorprendió frente a su puerta, invitando a Nathaniel a ver su colección.
- No hagas ruido… Se sentaron en el piso, frente a una mesa baja. Sobre esta, repartidos en tres peceras redondas, estaban los corchos. 
Él metió la mano en la que decía Secos, extrajo uno y leyó, aprovechando la leve luz que provenía de los cuartos.
- Casillero del Diablo – interrumpió ella. - Alejandro… 28 de abril de 2013. - No hagas eso. Nathaniel continuó sacando corchos de la misma pecera.
- ¡Ese fue un casi extinto Marlet color salmón! - Raúl… 3 de junio de… - Y ese, un Entre Ríos – intervino ella. - Lorenzo, 26 de octubre… - ¿Por qué insistes? - ¿En qué? - En elegir esa pecera y hacer hincapié en los nombres. - Tienes buenas marcas aquí… ¿Este corcho tan curioso? - Un Rías Baixas español… - Andrés, 5 de… - ¡Para ya! – Cecilia encendió el móvil y vio la hora. - ¿Por qué te pones así? - Estos tipos me jodieron de varias maneras. Nathaniel vuelve a fijarse en la clasificación de la pecera: Secos. ¿Qué clase de mujer era esta? Contó rápidamente nueve corchos.
- Veamos otra…– perturbado, puso un dedo en la etiqueta que decía Dulces. - Ahí tengo  corchos de Monastrell, Priorat, Condado de Huelva, Concha del Toro… - Hombres que olvidaste pronto, a pesar de haber sido encuentros gratos, ¿me equivoco? - ¡Nop! Lo atraía la extravagancia de Cecilia. Miedo y fascinación crecían al mismo tiempo... Y movió el dedo hacia la última pecera, Amargos Especiales.
- Ahí están los que amé de verdad: Fernando VII, Castillo de Liria, Barón Diderot, Tío de la Bota, Chardonnay… Duele, ¿sabes? - ¡Dime que esta fue una historia importante!– dijo él con sarcasmo, reconociendo el corcho de un Soroa. - Fue una historia importante… – Cecilia le arrebató el corcho de las manos. - ¿Por qué…? - ¿? - ¿Por qué tantos hombres? - Es tarde, debes irte. Cecilia intentó en vano conciliar el sueño. Los nombres daban vueltas en su cabeza y no lograba hallar el desierto, atravesar la tranquila nada. 
Finalmente la venció el murmullo del ventilador. 
Nathaniel tampoco dormía; pensaba en ella y su lista interminable. Revisó el móvil; tenía varias llamadas perdidas pero ninguna de Cecilia, y decidió escribirle un mensaje: Cecilia Valdés ¿O Roth?... ¿Podemos vernos mañana a las 10 pm en el Parque de San Francisco? Timbra si decides ir… N.
Pero ella no timbró.
El día se fue, la brisa aderezó el paisaje nocturno. Caminar por la ciudad –silenciosamente– tomó un poco más de tiempo, y ella llegó al fin, y respiró la noche en el olor a flores de framboyán pisoteadas sobre el cemento. 
Él estaba sentado en un banco del parque, disfrutando la fresca oscuridad de septiembre.
- Undertaker man… ¿cómo te fue en el entierro del médico? - Ahora escriben las cintas a mano, es decepcionante… ¡Pensé que no vendrías! La noche invita a beber, ¿no crees? – dijo él y abrió su bolso.  – Pero antes, ¡una sorpresa! Sacó el celular y lo encendió. Marco Antonio Solís gimió en medio de la plaza: Perdido en el deseo de verte llegar, el frío de mi cuerpo pregunta por ti y no sé dónde estás…
- ¡Y ahora viene lo mejor! – él hablaba con estilo de locutor, mientras volvía a introducir la mano en el bolso y la sacaba lentamente. - ¿Vino…? Cecilia lanzó una ruidosa carcajada cuando vio la botella de Vodka cuya corriente tapa metálica resplandeció bajo la luna.
- Nunca bebería vino contigo…  – dijo Nathaniel y también sonrió.  
 
Opina sobre este tema.

Escribe la clave 135421 para que tu
mensaje llegue a los servidores:

NICK*:....
E-MAIL*:.
(*) Campos obligatorios.

TU MENSAJE



COMENTARIOS: